jueves, 22 de septiembre de 2016

Confesiones en La mayor.

Para ciertas cosas no hay obstáculos. Nada estorba para vivir arrancando pétalos a la flor que la piel es, o para jugar al "me quiere o no me quiere" con el espejo, o para buscar en la melodía la clave que convierta la lisa pared en escalón al techo.
El beso al filo de terciopelo, el sexo con la fantasía del sexo, la crucifixión con clavos de caramelo. El mundo se convierte en poca cosa cuando la magia brota y las circunstancias y contextos se derriten bajo el calor de un alma desbocada, dando cariño con los labios diga lo que diga la boca, sintiendo como un latido cada nota que explota. Palpitando con la música. Gozando del momento. Aborreciendo tanta luz. Voy a tener que romper una farola.

lunes, 12 de septiembre de 2016

La ciudad bombardeada más bonita del mundo.

       En la ciudad bombardeada más bonita del mundo las estrellas rojas se oxidan y los Césares desmerecen los altares de los que ya hace tanto se cayeron. El sudor, como el esfuerzo o el ingenio no son sinónimos de trabajo, si no de mera supervivencia, y una desfasada contienda baila un paso con los brindis de los que mandan y otro paso con las maldiciones de los que pelean. Parece que las desgracias solo son esquivables danzando, y entre tambores militares y bongós salseros se entrelazan un sinfín de tonos de piel, de gestos, de historias y de sentires, de puros que en boca de quien los fuma casi parecen una ironía, de "yo tengo un familiar que", de sonreír o huir como únicas alternativas.
        Culos imposibles de mantener por su tamaño, esqueletos que no sabes cómo se mantienen en pie, un chiquito al que le hablan de revolución y se siente confuso y se imagina al Ché bailando reggetón sintiéndose igual que él. Qué fotogénica queda la alegría entre tanta cochanbre, valiente el geólogo que admira la magnitud del terremoto sin tener cojones de meterse en él, sin comprender que el ritmo no lo marcan las caderas, si no la tierra que tiembla, que bailar no solo es un acto de placer, si no también de equilibrio, de resistencia, casi de fe.
       Aquí no hay huérfanos ni despechados, todos tienen a su "papito", a su "mamasita", a su "amol", aunque duren el segundo que tarden en pronunciarlo y el siguiente que les lleve olvidar. Tampoco hay hambre, todos muerden de la manzana, tampoco hay remordimientos, no hay mucho más que comer; todo el mundo es rico en tener poco, en podo necesitar, dicen, ricos en ser. Aquí siempre se anda, sin estrés, sin prisa. No hacen falta. Se anda por ver si se gana la propina o aún a riesgo de perderla, se anda por la acera o por la carretera, en buena compañía o con mala sombra, pero nunca solo. la humedad y la música nunca permiten una soledad total. En Cuba no. Se respira un orgullo carente de sustento que quizás por eso sea más valioso aún, se respira un viejo al que no le llega la pensión moviendo las caderas como si fuera un crío, con dos policías en cada esquina mientras un turista grita "¡Qué paraíso!". Se respira lo contrario a lo esperado en cada estampa, y sin embargo también se respira magia, se respira un color nuevo en cada bocanada con sabor a contraste entre todo y nada, con regusto a alegría desmesurada, a vivir siendo invencible, a responder sonriendo a cada mirada, PARA. - ¿Cómo dice señor?
- Que puede pasal, tenemo de todo.
- Aah vale. Vaya, los carteles me gustan. ¿A cuánto los tiene?
- Eso depende del cartel.
- Ya. ¿El de "Viva Cuba libre"?
-  Mmm... A diez pesos... y un ojalá.


La Habana, septiembre del 2016.





jueves, 30 de junio de 2016

El salto.

- Este cuadro sobre el que os voy a hablar no siempre fue un cuadro. Hubo un tiempo en que fue un espejo, pero cansado de su vítrea condición, decidió tirarse a la vida de cabeza para así comenzar a sentir lo que hasta entonces se había limitado a reflejar. Ocurrió que en el lugar donde optó por lanzarse, la vida era vacua y superficial, con lo que no tardó en tocar fondo; poco a poco fue notando cómo la sonrisa de alegría entonada al inicio del salto iba desvelando su naturaleza premonitoria de suicidio, y aquello que había sido cristalina superficie se iba tornando lienzo permeable a todo pigmento que por su cercanía pasase. Quedó grabado el instante de caos, el fatídico momento de autolisis tan involuntaria como consentida, el angustioso fragmento de tiempo en que aquel espejo se volvió tetrapléjico y...
- Joder Esteban, ¿tanto lío por una foto de carnet? Si no te gusta cómo sales, te jodes, siempre con la misma cantinela y desvariando sobre cuadros y espejos y...

viernes, 24 de junio de 2016

Llamada.

- Hay un libro
que me habla desde la estantería.
Me dice que Galileo
me caería bien,
que al Yeti
no le gustan sus propios pies
y que a la cocinera de Lady-Di
no le gustan las patatas fritas.
Ya no.
Estoy seguro de que siempre
que le dice esto a alguien
le interrogan inmediatamente
acerca de cómo lo sabe,
así que me decanto por preguntarle
la razón de que ni "Galileo",
ni "Yeti",
ni"la cocinera de Ladi-Di"
contengan una U,
pero sí todas las demás vocales.
Me contesta con silencio
y con silencio le respondo,
y en la no reciprocidad
de ese no beso
si correspondido
un tríptico se cierra
a la par que me asalta un picor
entre la fosa nasal izquierda y el labio.
Me rasco, tal y como tú
estarás haciendo ahora,
y por lo demás sin novedades.

- Me alegra ver que todo va bien, aunque deberías vigilar el tema del picor no vaya a ser algo raro. ¿Tu madre anda por casa?

- Si,

- Vaya hombre, Bueno, pues en cuanto salga y vuelva dile que la llamé mientras no estaba.

- Vale, ¿alguna otra cosa¿

- Nada más. Un beso muy fuerte.

- Otro.
---------------------
- ¿Quién era?

- Tú.

sábado, 18 de junio de 2016

Visitas.

- Quiero escalar una escalera infinita,
volar en un vuelo sin escalas,
bailar en la cama donde la impaciencia tranquiliza a la tranquilidad
y escribir mis experiencias en el borde de las páginas.
No.
Mejor.
Quiero volar en una cama infinita,
escalar hasta el borde de las páginas,
bailar impacientando a la tranquilidad
y escribirlo todo en una escalera sin escalas.
No.
Espera.
Prefiero bailar en un vuelo de páginas,
escribir tranquilamente en caliente,
volar por los filos de las hojas
y desescalar el mundo al revés.
No no no.
Para.
Prefiero impacientar la escritura de los vuelos,
hojear el baile de los filos,
escalonar el infinito en tranquilidades
y observarlo todo desde la cama de las nubes.
O...
- O podrías tomarte la pastilla de las 6.
Se hace un silencio.
- Podría, pero entonces no tendría a quién contarle todo esto.

viernes, 17 de junio de 2016

A salvo.

Hay refugios
por los que vale la pena
jugarse lo injugable
aunque no sean bombas
lo que cae fuera.
No  es el ruido lo que me asusta
ni la sangre lo que me ahuyenta,
son sus contrarios,
el silencio y la ausencia
los que alimentan mis miedos
con platos vacíos
y vacían mi mente
de toda inocencia.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
es a tu encuentro al que acudo,
aunque tú no estés,
que poco tienen que ver
el amor con el deber,
que estar sin ropa no es
el desnudo más cruel.
La carne no tiene
la fragilidad del alma
cuando esta se muestra
a las tempestades de lo exterior
sin ropa ni abrigo.
El cuerpo carece
de la sensibilidad cruda,
de la intimidad hiriente
que solo los sentimientos tienen
y de la cual se resienten.
Los huesos nunca están
tan indefensos como mis palpitares
cuando se muestran honestamente
a pecho descubierto,
a diana de puñales.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
lo hago solo porque se
que a la salida me estarás esperando,
vida,
porque a tu encuentro
no se no volver.

domingo, 29 de mayo de 2016

Sopa de chinchetas.



Estoy a la deriva
y no encuentro los manguitos.
El mar abierto
me da claustrofobia
y no,
no quiero aprender a nadar.

Tengo un poco de agua,
una bengala,
21 chinchetas
y mucho tiempo.
Con el agua
he regado las algas
a ver si me dan
algo de sombra;
la bengala
descansa en las profundidades
(no quería provocar
un incendio en la balsa),
y con las chinchetas
me he hecho una sopa de mar
que me ha quedado
ligeramente sosa.

Menos mal
que soy inmortal,
porque con el tiempo,
con todo este tiempo,
si que no se qué hacer,
y no se si aguantaría
toda una vida
a la deriva
sin tirarme al mar.

Menos mal
que soy inmortal.

domingo, 15 de mayo de 2016

Lo debido.

Todo cuanto la mente ingenia,
todo cuanto los ojos no ven,
lo que de mero esconderse se enseña,
lo que las manos añoran de ayer.

Todo lo que en vida se esquiva,
aquello que aún muriendo se teme,
todo ello a la vez, se exilia
cuando siento tu piel en mi piel.

Y me río yo de armaduras,
del pasado y de sus ataduras,
del tiempo y de su frenesí.

Ante ti no hay escudo que valga,
no hay pena que pese en el alma,
no hay reloj que marchite tu abril.

jueves, 5 de mayo de 2016

Verde.

Vivo,
luego pienso.
Duele,
luego debo de estar vivo.
Vivo,
y sigo depatriado de mis sentidos,
sigo exiliado de mis instintos,
sigo agazapado
bajo el reflejo
de los espejos
en los que nunca me miré.
Sigo privado
de lo que me haría ser yo,
si yo
fuese yo,
sigo echando balones fuera
y sigo sin poder evitar
la sensación del niño
al que se le queda la pelota en un árbol.
Cada vez que la recupero
me digo que esta vez la cuidaré,
cada vez que la cuido
me percato de que los balones
no están hechos para ser cuidados,
si no disfrutados,
y cada vez que lo disfruto
lo acabo encallando en un árbol
más alto que la vez anterior.
Cada vez me cuesta más recuperarlo,
y se apodera de mi
un miedo atroz a caerme
cada vez que lo tengo que ir a buscar,
cada vez que me tengo que redimir
por los balones que echo fuera,
cada vez que me tengo que compensar
por todas las veces
en las que no aguanto la espera.

Cuando me duelo mucho,
me huyo,
y poco a poco
voy conociendo mundo
mientras no dejo de perseguir aquello
de lo que escapo.
En los lugares por los que paso
me voy quitando espinas,
pero sin discernir demasiado bien
si cada espina que me arranco
cae en yermo suelo
o se me clava en otra parte de mi ser,
con lo que así ando
en un eterno hacerme autovudú
del cual no tengo claro
si no salgo por no saber
o por no querer.

Dicen que un clavo quita otro clavo,
pero yo siento padecer
que las heridas
no funcionan
bajo el mismo
mecanismo,
y por mucho que me martilleo la cabeza
no logro que cese el martirio de mi pecho.
Ahora,
además de dolerme los sentimientos,
también me escuecen las ideas,
además de sufrir por los latidos
que no quieren volver
también sufro
por los pensamientos que no se quieren ir,
a todo lo que siempre quise evitar
se le ha sumado
la marcha de todo aquello
que nunca quise dejar ir.

A veces
dudo de la veracidad
de mi propia existencia,
y la única contraargumentación
con la que puedo desbaratar mis desvaríos
son los textos
que un día escribí,
las ideas
que en alguna ocasión elucubré,
los sentimientos
que en algún momento padecí.

Me pienso,
me duelo,
y se me van las dudas.
Indudablemente
sigo vivo,
inexplicablemente
sigo en pie.

jueves, 28 de abril de 2016

Seísmos.

Se me están tambaleando
los pilares de las nubes,
me estoy dejando las uñas
en busca de un poco de luz.
De tanto hacerme vudú
me pican por dentro las venas,
mas dicen que hoy no revientan,
que quieren un buen ataúd.


Tengo en mi casa un océano
de goteras que apenas se ven,
de "me tiro a las vías y espero",
de "aquí ya no pasa ese tren".
Los espejos ya no me creen,
los dogmas me crecen con dudas,
y hay un cartel mal escrito que reza
"Aforo completo" en la entrada al edén

miércoles, 13 de abril de 2016

El pozo.

Tienen mala suerte
los galones de los depatriados
que por querer lo que quisieron
ya no tienen dónde caer.

Medallita en el pecho.
Condecoraciones imborrables
con glamour de terraplén.

Y se sienten únicos
los que hicieron lo impensable
por milmillonésima vez.


Las almohadas padecen
por los sueños que criaron
viendo que las pesadillas que los siguieron
tanto dieron en vencer.

Los brindis ya no saben
tan bien como cuando tú eras
quien llenaba las copas,

con sangre propia, no con otra
que las venas, como las ideas,
están para poderse romper.


viernes, 1 de abril de 2016

Invencible.

 Hay que suicidarse más. Hay que destruirse más. Hay que buscar más la línea que separa la autocrítica de la autodestrucción y sobrepasarla sin contemplaciones, pasar sobre ella con el mismo ímpetu con que se defiende algo que no se entiende, pero se siente; cruzarla sin prestarle apenas atención haciendo de la inmutabilidad con la que la atravesamos nuestro mayor impulso. No se puede mejorar aquello que no se respeta, es imposible luchar con amor por aquello que no se ama y es enteramente falso pretender decir que algo es tuyo cuando ni lo has construido con tus manos, ni lo has pagado con tu dinero, ni te lo has ganado con tu sudor, si no que te lo han regalado ya construido, ya pagado y ya amoldado para que lo tomes y lo muestres con el orgullo con que se lucen las cosas que solo sirven para eso, para ser lucidas y nada más.

No se puede vivir en una casa prefabricada, amueblada vía Ikea y situada en una parcela perfectamente delimitada y vecina de otras miles de viviendas iguales y pretender decir que es única por el mero hecho de ser tuya. Tienes que destruir la casa para así poder decir de verdad que es tuya. Este montón de ceniza es enteramente mío, es total y absolutamente mío porque yo lo he creado, yo he iniciado el fuego que ha resultado en estas cenizas y yo lo he apagado. Solo entonces podrás, edificar unos nuevos cimientos, mandar a tomar por culo los planos antiguos y escoger la técnica de construcción, escoger el color y la planta, los pisos, los muebles y las cortinas, la luz, las lámparas y las marquesinas, escoger verdaderamente cómo va a ser tu hogar en absolutamente todos sus aspectos. Si tras todo esto quieres hacerte una casa prefabricada, amueblada vía Ikea y situada en una parcela perfectamente delimitada y vecina de otras miles de viviendas iguales, entonces si, la decisión será tuya, pero ya no la de otros.

No se puede cambiar el color de las cortinas y decir que has construido el edificio, exactamente de la misma manera que no puedes escoger entre cuatro grupos de música, tres maneras de vestir y dos partidos políticos y luego decir que solo hay uno como tú, que eres único y que tu mente es enteramente independiente. Si así lo quieres, quémala. Si de verdad te quieres, quémate. Destruye tu mente y duda de todo lo que sepas, duda de todo y sobre todo de aquello acerca de lo que no tengas duda, y cuando solo tengas cenizas en tu cabeza, cuando respires aire y de ti salga humo, cuando solo te quede suelo yermo en tu cabeza, siéntate. Lee. Aprende. Coge todo aquello que aborreces e intenta entenderlo, observa a todos aquellos que te repugna e intenta intenta comprenderlos, busca la persona que más te odie en el mundo y pídele que te enseñe a odiarte. Ahora, que eres todo ceniza, todo barro y todo agua, tienes la mejor materia prima para construir el mayor de los castillos, la más impresionante de las fortalezas, o la más humilde de las chozas. En cualquier caso, solo entonces podrás decir que tu casa las has hecho tú. Que tu cabeza las has hecho tú. Que tú eres tú. Antes, habrás sido el producto de todo lo que te ha pasado mezclado con lo que te han contado, lo que has visto y lo que has sido capaz de copiar. Destrúyelo y entiende que eres mediocre, porque cuando tú mismo sientes que eres insignificante en tu estupidez, incultura e inconsciencia, puedes dedicarte enteramente a aprender. Y si algo tengo claro es que cuando alguien, sea quien sea y venga de donde venga, tiene como única y máxima prioridad aprender, entonces esa persona es simplemente

INVENCIBLE.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Bucle.

Voy a buscar
una corriente
de sangre caliente,
para ver si así logro
alzar el vuelo al fin.
Liberarme de este
respirador artificial,
que por llamarme vivo
me insufla un aire
sabor a herida sin curar.

Voy a revelar
los negativos
de los besos
que nunca di,
de los trenes
que no cogí
por el miedo
a descarrilar.

Limpiarme los lamparones
del alma,
desengancharme de las armas
de doble filo,
entrar con sigilo
en mi propio santuario
por ver si quemándolo
consigo al fin comulgar.

Poco importa el vaso
cuando tienes tanta sed.
Cuando tienes la garganta
seca de ideas
por no tener
con qué hacerlas caer.
Cuando tienes un nudo
en el pecho
y todo el techo
es un desliz.
Cuando lo que dentro habita
se marchita
por no encontrar
dónde dormir.

Voy a agarrarme
a un clavo ardiendo
mientras me repito
es una mano amiga, es una mano amiga, es una mano amiga...
Voy a seguir avanzando,
voy a seguir subiendo,
voy a seguir bajando,
mientras me repito
no tengo heridas, no tengo heridas, no tengo heridas...

Aparto el sueño
como quien aparta una herida
de mal gusto.
Huyo del hastío
como quien busca un refugio
donde huir del frío.

El problema es
que es de mi de quien huyo,
que es a mi a quien aparto,
que soy yo mi propia herida
y que tengo
la mala costumbre
de que cada vez que me doy la mano,
me cojo el brazo,
me cojo el hombro,
me cojo el tronco,
me agarro a mi mismo
y súbitamente
me doy cuenta
de que estoy
solo.

Entonces,
busco un clavo ardiendo
al que agarrarme
y me repito....

...y me repito.

sábado, 26 de marzo de 2016

Dentro.

Un año bisiesto
quiere viajar en el tiempo;
la taquicardia le impide percatarse
de que a ese juego ya perdió una vez.
Y dos.
Y tres.

Un pasamanos con varicela
echa de menos
las caricias que le daban
y se autocompadece pensando
que pudo haberlas correspondido,
pero no lo hizo.
En realidad no podía,
solo que eso él
no lo sabe.

Un muñeco de madera
añora al ventrílocuo
que le daba voz,
y se consuela escribiendo versos
olvidándose
de que no sabe leer.

Quizás debería abandonar
mi empeño por humanizar cosas
que no son humanas
y empezar a humanizarme
a mi mismo.
Ni los años (bisiestos o no),
ni los pasamanos,
ni los muñecos,
sienten,
pero yo si,
y por más que lo intento
no puedo evitar ver
que tengo algo
de todos ellos
en mi.

El torbellino.

Si hubo un tiempo en que creía entender lo que pasaba a mi alrededor, ese tiempo terminó. Si en algún momento creí ser dueño de lo que en torno a mi sucede, siento darme cuenta de que fue pura ilusión. Podría dedicarme a hablar de tópicos, hacer del amor costumbre y de la curiosidad rutina, pero la suave caricia de las expectativas a veces resulta infinitamente más seductora que la burda realidad, y si no que le pregunten a la lencería.
Si esto es la victoria, no lo quiero. Si esto es el éxito, no lo quiero. La derrota sabía mejor cuando en el fondo sabía que era mi premio, que era lo que me había buscado y que había tenido éxito en mi fracaso. Quizás por eso los cantos de la autodestrucción suenan tan harmoniosos en los oídos predispuestos, porque ganar es lo que todo el mundo quiere, es lo que hay  que querer, pero la derrota... la derrota hay que desearla de verdad, la derrota es enteramente mía, y eso nadie me lo puede negar, nadie me lo puede dar hecho, ni nada me lo puede quitar. 
Por eso redundo en mis heridas, 
no vaya a ser que se cierren, 
por eso mimo mis cicatrices, 
no vaya a ser que se abran, 
por eso grito, 
que de callarme no quiero ni hablar,
por eso vivo, 
que en morir no quiero pensar, .
Por eso, ya no me hacen falta armas de doble filo para cortarme, a fuerza de querer verlo todo distinto acabé viéndolo todo del revés, y no hay día en que no coja un cuchillo por la hoja en lugar del mango. Mucho se habla de no perder los trenes, pero se olvidan de las estaciones frías y los maquinistas locos, de las señoras que roncan y de los revisores amargados. De las vías estropeadas. De los descarrilamientos. 
No, gracias. 
Si tengo que ver a algún loco, 
con los espejos me llega,
si quiero descarrilar,
no necesito ayuda.
No le concederé a nadie 
el placer de deberle mi perdición,
y no me perderé 
hasta que perderme me salga del corazón.
Con eso me llega,
con eso me basta,
con eso me voy.

domingo, 20 de marzo de 2016

La piel.

Soy yo acaso
lo que busco
más que lo que encuentro,
lo que leo
más que lo que escribo,
lo que añoro
más que lo que veo
cuando un extraño reflejo
se muestra ante mi.

Soy hijo
de lo que otros hicieron,
fruto
de la tierra que me echaron,
dolor
de sepultureros
por no dejar
de revivir.

Quisiera yo
quitarme la tierra
de encima,
talar los árboles
genealógicos,
quemar los diccionarios
del devenir.
Vender mi entrada
de teatro,
romper las vías
de los trenes,
renegar de testamentos
y de herencias,
por ver cómo es
mi piel
al fin.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Sinsabores.

Atacar por las mañanas
siempre es más fácil.
El enemigo está dormido,
un nuevo día empieza
y tienes el factor sorpresa.
El problema es
cuando no suena el despertador,
o cuando te confundes de enemigo,
o cuando no quieres ganar.
En ese caso,
es mejor atacar por la noche,
porque cuando el sol 
se pone
todas las derrotas
son menos derrotas,
y todas las victorias
saben un poco más
                               a ti.

El espejo

 Me gusta pensar que estoy dormido. Me gusta pensar que estoy encamado tras un grave accidente y que todo cuanto creo percibir no es más que el producto de mi mente desquiciada (comatosa?). Me gusta pensar que cada vez que me miro las manos de ellas salen tentáculos, que ahora estoy aquí hablando y de repente allá volando, y súbitamente soy todo lo que mis ojos alcanzan y más súbitamente aún ya no soy, y solo veo; solo observo.
Me gusta pensar que no soy culpa mía, que los sueños sueños son y que nada malo pasa fuera de mi cabeza, que todo es inventado, que mi cuerpo está dado la vuelta y que mis ojos ven hacia dentro, mi piel solo siente mis vísceras y mis papilas gustativas solo saborean mi propia sangre. Me gusta pensar que lo que aprecio como arañazos de la vida es en verdad el roce de las sábanas, que las voces que oigo en mi cabeza vienen del mundo real, que el sufrimiento que veo solo puede tener cabida en mi imaginación. Que las heridas del tiempo son en realidad malos sueños, que los golpes que padezco solo me quieren hacer despertar, que lo poco que creo comprender no sea así en realidad.
Me gusta pensar que soy mecido por un mar de calma, tan vulnerable como invencible, a la espera de volver a la vida y comprobar que efectivamente todo cuanto creía percibir era en verdad un producto de mi imaginación y solo en esta existe. Entonces, cuando me creo a punto de despertar, cuando creo que voy a retornar a la realidad y escapar de mi escabroso sueño, cuando creo que todo va a terminar y voy a abrazar de nuevo la realidad como un perro famélico un hueso a medio roer, entonces, me doy cuenta de que
ya
estoy
despierto.
Y en ese momento,
ya no quiero pensar.
Y solo huyo.
Huyo de ti, de él y de ella, de lo que conozco y de lo que desconozco, de lo que temo y de lo que aprecio, huyo de todo y de todos, pero sobre todo y ante todo huyo de mi, y en mi estrepitosa huida no me reconozco más que donde no me veo, en donde no hay nada, en donde se añora algo. Y en mi estrepitosa búsqueda, no me encuentro más que donde no me busco, donde no me ubico, donde no me quiero encontrar.
Me miro en un espejo por ver si sigo vivo y me encuentro muerto e inmóvil, hasta que me doy cuenta de que es un cuadro. Le escupo al cuadro con rabia y al instante me convierto en el hilo de saliva que une el esputo con mi boca, me vuelvo charco vertical sobre el retrato y soy el reflejo que este charco proyecta, pero cuando me doy la vuelta me encuentro solo y cuando me vuelvo a girar me sorprende una cara anónima escupiéndome sin previo aviso. Intento reaccionar pero un marco me lo impide. Ahora soy yo el cuadro. Me fijo en quien me acaba de escupir y veo al retrato de antes ¿Qué has hecho? Le pregunto, ¿qué ha pasado? Le suplico. Y me contesta:
“Cuántas veces para liberar una parte de ti precisas perderle el respeto. Tu saliva fue sangre, tu rabia fue fuerza, tu susto fue curiosidad; si no lo supiste aprovechar, no temas, que yo daré buena cuenta del regalo que me has hecho, yo sabré darle utilidad.”
“Putos autorretratos”, pienso. Aunque ya volveré. Yo siempre vuelvo. Siempre repaso mis pasos, siempre repienso mis pensamientos, siempre revivo cuando ya estoy muerto. Por eso cometo los mismo errores una y otra vez, por eso sigo y sigo obstinado en ser yo quien me fabrique mi suerte, en ser yo quien cocine mis ideas y quien alimente mis sueños. Por eso soy como la pescadilla que se muerde la cola; mejor dicho, soy como la pescadilla que ya se ha comido toda la cola y se está empezando a comer la cabeza. La única forma que tengo de no morir de inanición sin acabar conmigo mismo es vomitar palabras sobre el papel, regurgitar unos cuantos pensamientos para así volver a atrás y poder empezar a comerme la cabeza hasta que tenga que volver a vomitar, hasta que se me indigesten mis ideas o hasta que ya no me quede nada que comer.
Hasta que ese momento llegue, seguiré pensando que estoy dormido, seguiré dándome cuenta que no tengo de qué despertar y seguiré buscando piedras con las que tropezar.


Solo cinco minutos más mamá, a las primeras horas no hay amor.

martes, 2 de febrero de 2016

Destino: no llegar.

Escribo esto de viaje
desde mi habitación.
Estoy aquí sentado,
pero estoy en todas partes
menos aquí,
estoy en todas partes
menos donde estoy.
Para quien me lea,
que sepa que puede que esté a su lado,
a no ser que sea yo.
Entonces no.

Escribo esto de viaje,
pero no estoy de vacaciones.
Tampoco exiliado.
Cuando quiera puedo volver,
pero no quiero.
Igual que aquel borracho.
Igual que aquel yonki.
Cuando quiera, lo dejo.
Cuando quiera, vuelvo.
Quiero querer volver,
pero no quiero,
así que no.

Simplemente
seguiré de viaje
desde mi habitación.

jueves, 21 de enero de 2016

Hambre.

Como un espejo insaciable
al que ya nadie mira
pero sigue trabajando.
                                                      Ando,
como una almohada decapitada
en busca de su cabeza favorita.
                                                      Grita,
como un pasamanos añorante
de las caricias que le daban.
                                                      Hablaban,
metáforas que no se entendían
cuando en los espejos se miraban.
                                                      Y no entendían
                                                       y sin embargo,
                                                       seguían significando.
Y yo
ando,
         gritto
                   y hablo
y curiosamente,
tampoco entiendo,
pero inconscientemente,
sigo significando.

Sin darme cuenta,
como con la imaginación
lo que no puedo con la boca,
lo que no llena el estómago,
lo que no palpo con la piel,
                                                    pero alimenta el alma
                                                    a costa del hambre,
                                                    y engorda el espíritu,
                                                    tan solo
                                                    exigiendo
                                                    coherencia.
A veces,
no compensa ser coherente.
Por eso,
a veces
ni estoy, ni soy, ni nada.
y simplemente escribo
                                            hasta que vuelva a compensar
                                                                                              o hasta que se me pase el hambre.

Será será...

Soy ciego para algo,
pero no se para qué.
Soy daltónico para algo,
pero no se para qué.

No puedo ver algo
que todos los demás ven
y no se qué es.

Solo se que me choco
una y otra vez,
tantas y tantas veces.

Y no se qué es.
Solo se que duele.
Solo se que choco.

No lo puedo ver,
y todos los demás me ignoran
como quien ignora a un loco.

Solo porque no se
qué
cojones
es.

viernes, 15 de enero de 2016

Quizases.

No deja de ser curioso la manera en que el tiempo infinito por delante puede llegar a introducir la más efervescente prisa en la mente más calmada, siempre y cuando esta esté predispuesta. Más que la promesa del tiempo carente de deberes, quizá sea el insonoro martillo con la que las expectativas autoimpuestas martillean la conciencia lo que consigue que lo que debiera ser relajación, coja un cronómetro en sus manos y empiece a azuzar a la mente so pretexto de conseguir no se qué fin. Quizás, y nótese que dudo de todo lo que digo, sea por eso que lo que debiera ser tranquila juventud por el tiempo restante que la vida promete, se vuelva vertiginosa cuenta atrás e ímpetu desmedido, no tanto por falta de experiencia, que también, sino más bien y justamente por esa experiencia que se supone debe de ser conseguida durante ese tiempo que falta, que a ratos se convierte en carga, que a ratos se convierte en lápida.
Como un mapa escrito sobre una enorme piedra que hay que cargar para no perderse, cuantas veces lo que exige apremio es lo que más lastra, cuantas veces se siente que el tiempo que queda no es más que un préstamo que hay que devolver en forma de algo que se pueda canjear por reconocimiento a los ojos de los demás, o a los ojos de uno mismo, quién sabe cuál es la diferencia a veces.
Quizás, y sigo dudando, sea por eso por lo que me entrego con ávido empeño a todo lo que se me pasa por delante, dejando sin terminar el plato anterior por probar el siguiente sabor, arriesgándome sin querer reconocerlo a que no venga siguiente plato, a pasar hambre por mi incesante empeño de probar todos los sabores, y sin embargo muriendo por catar la siguiente partícula que provoque una reacción en mi cuerpo o mi mente, a veces compañeros y a veces enemigos. Hablo de sabores, hablo de ideas, hablo de experiencias. Hablo solo. El que mucho abarca poco aprieta, me dicen constantemente, pero es que yo no quiero apretar nada. Apretar es ahogar, es acaparar, es dominar, y yo no quiero ahogar, acaparar ni dominar, no pretendo quedarme parado en una parte del camino sin dejar que nadie pase hasta conocerlo a la perfección, si no más bien ir zumbando por las esquinas, ir saboreando de todo un poco y dejando siempre un poco para los demás, pues qué sentido tiene si solo yo puedo disfrutarlo. No, yo no quiero apretar, yo quiero abarcar, el mundo está lleno de genios que no saben hacerse un huevo frito, lleno de expertos en vino que no saben de filosofía, lleno de filósofos que no saben lo que es un gol. Que le den a los genios sin conciencia, los admiro por su brillantez, pero más admiro al que se la gana con su sudor. No hay mayor sabio que el que nunca deja de aprender, y mejor considero saber de todo un poco, todo de algo, y de eso en concreto, nada.
Quizá este sea mi lítico mapa, esta la losa que al tiempo que me golpea para avanzar me lesiona y hace más costoso el movimiento, esta la prisa que convierte el inabarcable tiempo que me queda en garrote a la vuelta de la esquina. En esta ocasión, tengo que reconocerlo, no puedo evitar ver que la sombra de mi curiosidad se hace más grande cuando el conocimiento brilla por su ausencia, y cuando este brillo va disminuyendo, mi curiosidad así lo hace para moverse a otras lindes donde la luz de mi ignorancia haga más nítida su grisácea silueta, que guía sin cesar los descarriados pasos que mi mente va dando para apaciguarla.

O quizás no.