Un año bisiesto
quiere viajar en el tiempo;
la taquicardia le impide percatarse
de que a ese juego ya perdió una vez.
Y dos.
Y tres.
Un pasamanos con varicela
echa de menos
las caricias que le daban
y se autocompadece pensando
que pudo haberlas correspondido,
pero no lo hizo.
En realidad no podía,
solo que eso él
no lo sabe.
Un muñeco de madera
añora al ventrílocuo
que le daba voz,
y se consuela escribiendo versos
olvidándose
de que no sabe leer.
Quizás debería abandonar
mi empeño por humanizar cosas
que no son humanas
y empezar a humanizarme
a mi mismo.
Ni los años (bisiestos o no),
ni los pasamanos,
ni los muñecos,
sienten,
pero yo si,
y por más que lo intento
no puedo evitar ver
que tengo algo
de todos ellos
en mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario