sábado, 26 de marzo de 2016

El torbellino.

Si hubo un tiempo en que creía entender lo que pasaba a mi alrededor, ese tiempo terminó. Si en algún momento creí ser dueño de lo que en torno a mi sucede, siento darme cuenta de que fue pura ilusión. Podría dedicarme a hablar de tópicos, hacer del amor costumbre y de la curiosidad rutina, pero la suave caricia de las expectativas a veces resulta infinitamente más seductora que la burda realidad, y si no que le pregunten a la lencería.
Si esto es la victoria, no lo quiero. Si esto es el éxito, no lo quiero. La derrota sabía mejor cuando en el fondo sabía que era mi premio, que era lo que me había buscado y que había tenido éxito en mi fracaso. Quizás por eso los cantos de la autodestrucción suenan tan harmoniosos en los oídos predispuestos, porque ganar es lo que todo el mundo quiere, es lo que hay  que querer, pero la derrota... la derrota hay que desearla de verdad, la derrota es enteramente mía, y eso nadie me lo puede negar, nadie me lo puede dar hecho, ni nada me lo puede quitar. 
Por eso redundo en mis heridas, 
no vaya a ser que se cierren, 
por eso mimo mis cicatrices, 
no vaya a ser que se abran, 
por eso grito, 
que de callarme no quiero ni hablar,
por eso vivo, 
que en morir no quiero pensar, .
Por eso, ya no me hacen falta armas de doble filo para cortarme, a fuerza de querer verlo todo distinto acabé viéndolo todo del revés, y no hay día en que no coja un cuchillo por la hoja en lugar del mango. Mucho se habla de no perder los trenes, pero se olvidan de las estaciones frías y los maquinistas locos, de las señoras que roncan y de los revisores amargados. De las vías estropeadas. De los descarrilamientos. 
No, gracias. 
Si tengo que ver a algún loco, 
con los espejos me llega,
si quiero descarrilar,
no necesito ayuda.
No le concederé a nadie 
el placer de deberle mi perdición,
y no me perderé 
hasta que perderme me salga del corazón.
Con eso me llega,
con eso me basta,
con eso me voy.

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