Hay refugios
por los que vale la pena
jugarse lo injugable
aunque no sean bombas
lo que cae fuera.
No es el ruido lo que me asusta
ni la sangre lo que me ahuyenta,
son sus contrarios,
el silencio y la ausencia
los que alimentan mis miedos
con platos vacíos
y vacían mi mente
de toda inocencia.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
es a tu encuentro al que acudo,
aunque tú no estés,
que poco tienen que ver
el amor con el deber,
que estar sin ropa no es
el desnudo más cruel.
La carne no tiene
la fragilidad del alma
cuando esta se muestra
a las tempestades de lo exterior
sin ropa ni abrigo.
El cuerpo carece
de la sensibilidad cruda,
de la intimidad hiriente
que solo los sentimientos tienen
y de la cual se resienten.
Los huesos nunca están
tan indefensos como mis palpitares
cuando se muestran honestamente
a pecho descubierto,
a diana de puñales.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
lo hago solo porque se
que a la salida me estarás esperando,
vida,
porque a tu encuentro
no se no volver.
por los que vale la pena
jugarse lo injugable
aunque no sean bombas
lo que cae fuera.
No es el ruido lo que me asusta
ni la sangre lo que me ahuyenta,
son sus contrarios,
el silencio y la ausencia
los que alimentan mis miedos
con platos vacíos
y vacían mi mente
de toda inocencia.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
es a tu encuentro al que acudo,
aunque tú no estés,
que poco tienen que ver
el amor con el deber,
que estar sin ropa no es
el desnudo más cruel.
La carne no tiene
la fragilidad del alma
cuando esta se muestra
a las tempestades de lo exterior
sin ropa ni abrigo.
El cuerpo carece
de la sensibilidad cruda,
de la intimidad hiriente
que solo los sentimientos tienen
y de la cual se resienten.
Los huesos nunca están
tan indefensos como mis palpitares
cuando se muestran honestamente
a pecho descubierto,
a diana de puñales.
Mal sabes tú
que cuando huyo a mi cueva
lo hago solo porque se
que a la salida me estarás esperando,
vida,
porque a tu encuentro
no se no volver.
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