No
deja de ser curioso la manera en que el tiempo infinito por delante
puede llegar a introducir la más efervescente prisa en la mente más
calmada, siempre y cuando esta esté predispuesta. Más que la
promesa del tiempo carente de deberes, quizá sea el insonoro
martillo con la que las expectativas autoimpuestas martillean la
conciencia lo que consigue que lo que debiera ser relajación, coja
un cronómetro en sus manos y empiece a azuzar a la mente so pretexto
de conseguir no se qué fin. Quizás, y nótese que dudo de todo lo
que digo, sea por eso que lo que debiera ser tranquila juventud por
el tiempo restante que la vida promete, se vuelva vertiginosa cuenta
atrás e ímpetu desmedido, no tanto por falta de experiencia, que
también, sino más bien y justamente por esa experiencia que se
supone debe de ser conseguida durante ese tiempo que falta, que a
ratos se convierte en carga, que a ratos se convierte en lápida.
Como
un mapa escrito sobre una enorme piedra que hay que cargar para no
perderse, cuantas veces lo que exige apremio es lo que más lastra,
cuantas veces se siente que el tiempo que queda no es más que un
préstamo que hay que devolver en forma de algo que se pueda canjear
por reconocimiento a los ojos de los demás, o a los ojos de uno
mismo, quién sabe cuál es la diferencia a veces.
Quizás,
y sigo dudando, sea por eso por lo que me entrego con ávido empeño
a todo lo que se me pasa por delante, dejando sin terminar el plato
anterior por probar el siguiente sabor, arriesgándome sin querer
reconocerlo a que no venga siguiente plato, a pasar hambre por mi
incesante empeño de probar todos los sabores, y sin embargo muriendo
por catar la siguiente partícula que provoque una reacción en mi
cuerpo o mi mente, a veces compañeros y a veces enemigos. Hablo de
sabores, hablo de ideas, hablo de experiencias. Hablo solo. El que
mucho abarca poco aprieta, me dicen constantemente, pero es que yo no
quiero apretar nada. Apretar es ahogar, es acaparar, es dominar, y yo
no quiero ahogar, acaparar ni dominar, no pretendo quedarme parado en
una parte del camino sin dejar que nadie pase hasta conocerlo a la
perfección, si no más bien ir zumbando por las esquinas, ir
saboreando de todo un poco y dejando siempre un poco para los demás,
pues qué sentido tiene si solo yo puedo disfrutarlo. No, yo no
quiero apretar, yo quiero abarcar, el mundo está lleno de genios que
no saben hacerse un huevo frito, lleno de expertos en vino que no
saben de filosofía, lleno de filósofos que no saben lo que es un
gol. Que le den a los genios sin conciencia, los admiro por su
brillantez, pero más admiro al que se la gana con su sudor. No hay
mayor sabio que el que nunca deja de aprender, y mejor considero
saber de todo un poco, todo de algo, y de eso en concreto, nada.
Quizá
este sea mi lítico mapa, esta la losa que al tiempo que me golpea
para avanzar me lesiona y hace más costoso el movimiento, esta la
prisa que convierte el inabarcable tiempo que me queda en garrote a
la vuelta de la esquina. En esta ocasión, tengo que reconocerlo, no
puedo evitar ver que la sombra de mi curiosidad se hace más grande
cuando el conocimiento brilla por su ausencia, y cuando este brillo
va disminuyendo, mi curiosidad así lo hace para moverse a otras
lindes donde la luz de mi ignorancia haga más nítida su grisácea
silueta, que guía sin cesar los descarriados pasos que mi mente va
dando para apaciguarla.
O
quizás no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario