Hoy
no quiero caminar.
Hoy
estoy cansado de caminar. Estoy harto del camino y del caminante, de
la senda y del destino, de la ruta y del fin. De los objetivos. De
los finales. No me llena, no se acerca ni de lejos a satisfacer mi
sed de curiosidad esa maníaca obsesión por el avance que nos
inculcan desde que apenas somos capaces de movernos. Ese ignominioso
y putrefacto pensamiento de que siempre hay que ir hacia delante,
siempre hay que tener más, siempre hay que seguir subiendo escalones
y siempre hay que querer más cantidad de todo. MÁS MÁS MÁS. Se
perfila la vida como la incesante búsqueda de la cantidad por encima
de cualquier cosa, ente o persona. Tener más, ser más, conseguir
más, avanzar más, llegar más lejos. Correr por el camino sin
fijarse en nada que haya alrededor, siempre en linea recta, siempre
mirando hacia donde pisan los pies. Obsesionados con encontrar nueva
leña con la que alimentar el fuego del consumismo irracional,
quemando la ropa de abrigo en el fuego porque si se apaga no lo
sabemos encender de nuevo.
No me
gustan los caminos trazados, no me gusta avanzar en linea recta, no
quiero llegar lejos, sin saber apenas por dónde pasé y desde luego
no quiero fatigarme corriendo por una senda que ni escogí, ni
entiendo, ni comparto.
Yo lo
que quiero es sentarme a la sombra de un árbol al lado de la senda
para ver pasar a la gente corriendo con sus ojos medio tapados.
Quiero disfrutar de andar en círculos, volver una y otra vez al
mismo sitio si considero que merece la pena, si realmente creo que me
ha quedado algo por ver, sentir, disfrutar u oír. Rebotar de unas
rutas a otras, descansar en el medio, vendarme los ojos durante un
tiempo y destaparlos luego por el juego de ver si soy capaz de volver
a situarme. Saborear cada paso que doy, saltar de unos caminos a
otros como un ciego que quiere aprender a bailar, volver al punto de
inicio y empezar a andar en dirección contraria, si es que hay
alguna dirección correcta.
Una
abeja loca a los ojos de las nubes, zumbando entre caminos y
caminantes. No quiero preocuparme por el rol o por el destino que se
me ha sido asignado por el mero hecho de nacer donde he nacido. No
pienso cargar sobre mi espalda la pesada lápida que nos
autoimponemos y que achaca el fracaso absoluto a todos aquellos que
no resulten victoriosos en la insustancial búsqueda de “algo por
lo que luchar”. El éxito y el fracaso son un pésimo invento
creado para motivar a aquellos que son incapaces de ver en la vida
suficiente motor, que necesitan premios de los que puedan presumir
porque no saben, o no les han enseñado, a apreciar la verdadera
victoria que es seguir vivo un segundo más. Si quieres algo por lo
que luchar no luches por un camino, lucha por la libertad de andar
por el camino que quieras, por la capacidad de construir nuevos
senderos y por la capacidad de disfrutar de cada paso,
independientemente de cuál sea el suelo. Pensar cansa, los cruces de
caminos requieren un esfuerzo al que no todo el mundo es capaz de
someterse, y me niego a culpar al ente casi supraterrenal que
entendemos por “sociedad” de todos los males. En los ojos
particulares está abandonar los caminos marcados y levantar la
cabeza para fijarse en los campos de alrededor, en echar la vista
atrás y admirar cómo cambian las cosas desde otro punto de vista.
Se hace culpable a la sociedad de todos los males habidos y por
haber, sin caer en la cuenta de que la sociedad empieza en el sofá
de cada casa.
Mientras
tanto el juego sigue, la interminable obsesión de seguir
persiguiendo fines, de seguir necesitando premios que nos den otros,
de sentir que hay gente por encima que nos dirija porque no tenemos
suficiente confianza en los pasos que damos si no tenemos la certeza
de que hay alguien más haciendo lo mismo. Mal de muchos, consuelo de
tontos.
Escupo
en los caminos, escupo a los que culpan a la sociedad, escupo a los
que no luchan por hacer de su mente algo más que un simple producto
comercial, algo más que carne para el consumo y para el materialismo
obsesionado con la cantidad, con el avance, con el éxito y por este
plan de ruta hacia el progreso que en verdad es una nota de suicidio
escrita por otros y firmada con la sangre que parece estancada en
nuestras venas.
Hoy
no quiero caminar. Hoy quiero desaprender a caminar y arrastrar el
culo por el suelo cual bebé. Avanzaré indudablemente más lento,
pero si así consigo recuperar parte de la curiosidad con la que
venimos al mundo, lo haré encantado. Quien no llora, no mama.
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