Voy a buscar
una corriente
de sangre caliente,
para ver si así logro
alzar el vuelo al fin.
Liberarme de este
respirador artificial,
que por llamarme vivo
me insufla un aire
sabor a herida sin curar.
Voy a revelar
los negativos
de los besos
que nunca di,
de los trenes
que no cogí
por el miedo
a descarrilar.
Limpiarme los lamparones
del alma,
desengancharme de las armas
de doble filo,
entrar con sigilo
en mi propio santuario
por ver si quemándolo
consigo al fin comulgar.
Poco importa el vaso
cuando tienes tanta sed.
Cuando tienes la garganta
seca de ideas
por no tener
con qué hacerlas caer.
Cuando tienes un nudo
en el pecho
y todo el techo
es un desliz.
Cuando lo que dentro habita
se marchita
por no encontrar
dónde dormir.
Voy a agarrarme
a un clavo ardiendo
mientras me repito
es una mano amiga, es una mano amiga, es una mano amiga...
Voy a seguir avanzando,
voy a seguir subiendo,
voy a seguir bajando,
mientras me repito
no tengo heridas, no tengo heridas, no tengo heridas...
Aparto el sueño
como quien aparta una herida
de mal gusto.
Huyo del hastío
como quien busca un refugio
donde huir del frío.
El problema es
que es de mi de quien huyo,
que es a mi a quien aparto,
que soy yo mi propia herida
y que tengo
la mala costumbre
de que cada vez que me doy la mano,
me cojo el brazo,
me cojo el hombro,
me cojo el tronco,
me agarro a mi mismo
y súbitamente
me doy cuenta
de que estoy
solo.
Entonces,
busco un clavo ardiendo
al que agarrarme
y me repito....
...y me repito.
miércoles, 30 de marzo de 2016
sábado, 26 de marzo de 2016
Dentro.
Un año bisiesto
quiere viajar en el tiempo;
la taquicardia le impide percatarse
de que a ese juego ya perdió una vez.
Y dos.
Y tres.
Un pasamanos con varicela
echa de menos
las caricias que le daban
y se autocompadece pensando
que pudo haberlas correspondido,
pero no lo hizo.
En realidad no podía,
solo que eso él
no lo sabe.
Un muñeco de madera
añora al ventrílocuo
que le daba voz,
y se consuela escribiendo versos
olvidándose
de que no sabe leer.
Quizás debería abandonar
mi empeño por humanizar cosas
que no son humanas
y empezar a humanizarme
a mi mismo.
Ni los años (bisiestos o no),
ni los pasamanos,
ni los muñecos,
sienten,
pero yo si,
y por más que lo intento
no puedo evitar ver
que tengo algo
de todos ellos
en mi.
quiere viajar en el tiempo;
la taquicardia le impide percatarse
de que a ese juego ya perdió una vez.
Y dos.
Y tres.
Un pasamanos con varicela
echa de menos
las caricias que le daban
y se autocompadece pensando
que pudo haberlas correspondido,
pero no lo hizo.
En realidad no podía,
solo que eso él
no lo sabe.
Un muñeco de madera
añora al ventrílocuo
que le daba voz,
y se consuela escribiendo versos
olvidándose
de que no sabe leer.
Quizás debería abandonar
mi empeño por humanizar cosas
que no son humanas
y empezar a humanizarme
a mi mismo.
Ni los años (bisiestos o no),
ni los pasamanos,
ni los muñecos,
sienten,
pero yo si,
y por más que lo intento
no puedo evitar ver
que tengo algo
de todos ellos
en mi.
El torbellino.
Si hubo un tiempo en que creía entender lo que pasaba a mi alrededor, ese tiempo terminó. Si en algún momento creí ser dueño de lo que en torno a mi sucede, siento darme cuenta de que fue pura ilusión. Podría dedicarme a hablar de tópicos, hacer del amor costumbre y de la curiosidad rutina, pero la suave caricia de las expectativas a veces resulta infinitamente más seductora que la burda realidad, y si no que le pregunten a la lencería.
Si esto es la victoria, no lo quiero. Si esto es el éxito, no lo quiero. La derrota sabía mejor cuando en el fondo sabía que era mi premio, que era lo que me había buscado y que había tenido éxito en mi fracaso. Quizás por eso los cantos de la autodestrucción suenan tan harmoniosos en los oídos predispuestos, porque ganar es lo que todo el mundo quiere, es lo que hay que querer, pero la derrota... la derrota hay que desearla de verdad, la derrota es enteramente mía, y eso nadie me lo puede negar, nadie me lo puede dar hecho, ni nada me lo puede quitar.
Por eso redundo en mis heridas,
no vaya a ser que se cierren,
por eso mimo mis cicatrices,
no vaya a ser que se abran,
por eso grito,
que de callarme no quiero ni hablar,
por eso vivo,
que en morir no quiero pensar, .
Por eso, ya no me hacen falta armas de doble filo para cortarme, a fuerza de querer verlo todo distinto acabé viéndolo todo del revés, y no hay día en que no coja un cuchillo por la hoja en lugar del mango. Mucho se habla de no perder los trenes, pero se olvidan de las estaciones frías y los maquinistas locos, de las señoras que roncan y de los revisores amargados. De las vías estropeadas. De los descarrilamientos.
No, gracias.
Si tengo que ver a algún loco,
con los espejos me llega,
si quiero descarrilar,
no necesito ayuda.
No le concederé a nadie
el placer de deberle mi perdición,
y no me perderé
hasta que perderme me salga del corazón.
Con eso me llega,
con eso me basta,
con eso me voy.
domingo, 20 de marzo de 2016
La piel.
Soy yo acaso
lo que busco
más que lo que encuentro,
lo que leo
más que lo que escribo,
lo que añoro
más que lo que veo
cuando un extraño reflejo
se muestra ante mi.
Soy hijo
de lo que otros hicieron,
fruto
de la tierra que me echaron,
dolor
de sepultureros
por no dejar
de revivir.
Quisiera yo
quitarme la tierra
de encima,
talar los árboles
genealógicos,
quemar los diccionarios
del devenir.
Vender mi entrada
de teatro,
romper las vías
de los trenes,
renegar de testamentos
y de herencias,
por ver cómo es
mi piel
al fin.
lo que busco
más que lo que encuentro,
lo que leo
más que lo que escribo,
lo que añoro
más que lo que veo
cuando un extraño reflejo
se muestra ante mi.
Soy hijo
de lo que otros hicieron,
fruto
de la tierra que me echaron,
dolor
de sepultureros
por no dejar
de revivir.
Quisiera yo
quitarme la tierra
de encima,
talar los árboles
genealógicos,
quemar los diccionarios
del devenir.
Vender mi entrada
de teatro,
romper las vías
de los trenes,
renegar de testamentos
y de herencias,
por ver cómo es
mi piel
al fin.
miércoles, 2 de marzo de 2016
Sinsabores.
Atacar por las mañanas
siempre es más fácil.
El enemigo está dormido,
un nuevo día empieza
y tienes el factor sorpresa.
El problema es
cuando no suena el despertador,
o cuando te confundes de enemigo,
o cuando no quieres ganar.
En ese caso,
es mejor atacar por la noche,
porque cuando el sol
se pone
todas las derrotas
son menos derrotas,
y todas las victorias
saben un poco más
a ti.
El espejo
Me
gusta pensar que estoy dormido. Me gusta pensar que estoy encamado
tras un grave accidente y que todo cuanto creo percibir no es más
que el producto de mi mente desquiciada (comatosa?). Me gusta pensar
que cada vez que me miro las manos de ellas salen tentáculos, que
ahora estoy aquí hablando y de repente allá volando, y súbitamente
soy todo lo que mis ojos alcanzan y más súbitamente aún ya no soy,
y solo veo; solo observo.
Me
gusta pensar que no soy culpa mía, que los sueños sueños son y que
nada malo pasa fuera de mi cabeza, que todo es inventado, que mi
cuerpo está dado la vuelta y que mis ojos ven hacia dentro, mi piel
solo siente mis vísceras y mis papilas gustativas solo saborean mi
propia sangre. Me gusta pensar que lo que aprecio como arañazos de
la vida es en verdad el roce de las sábanas, que las voces que oigo
en mi cabeza vienen del mundo real, que el sufrimiento que veo solo
puede tener cabida en mi imaginación. Que las heridas del tiempo son
en realidad malos sueños, que los golpes que padezco solo me quieren
hacer despertar, que lo poco que creo comprender no sea así en
realidad.
Me
gusta pensar que soy mecido por un mar de calma, tan vulnerable como
invencible, a la espera de volver a la vida y comprobar que
efectivamente todo cuanto creía percibir era en verdad un producto
de mi imaginación y solo en esta existe. Entonces, cuando me creo a
punto de despertar, cuando creo que voy a retornar a la realidad y
escapar de mi escabroso sueño, cuando creo que todo va a terminar y
voy a abrazar de nuevo la realidad como un perro famélico un hueso a
medio roer, entonces, me doy cuenta de que
ya
estoy
despierto.
Y
en ese momento,
ya
no quiero pensar.
Y
solo huyo.
Huyo
de ti, de él y de ella, de lo que conozco y de lo que desconozco, de
lo que temo y de lo que aprecio, huyo de todo y de todos, pero sobre
todo y ante todo huyo de mi, y en mi estrepitosa huida no me
reconozco más que donde no me veo, en donde no hay nada, en donde se
añora algo. Y en mi estrepitosa búsqueda, no me encuentro más que
donde no me busco, donde no me ubico, donde no me quiero encontrar.
Me
miro en un espejo por ver si sigo vivo y me encuentro muerto e
inmóvil, hasta que me doy cuenta de que es un cuadro. Le escupo al
cuadro con rabia y al instante me convierto en el hilo de saliva que
une el esputo con mi boca, me vuelvo charco vertical sobre el retrato
y soy el reflejo que este charco proyecta, pero cuando me doy la
vuelta me encuentro solo y cuando me vuelvo a girar me sorprende una
cara anónima escupiéndome sin previo aviso. Intento reaccionar pero
un marco me lo impide. Ahora soy yo el cuadro. Me fijo en quien me
acaba de escupir y veo al retrato de antes ¿Qué has hecho? Le
pregunto, ¿qué ha pasado? Le suplico. Y me contesta:
“Cuántas
veces para liberar una parte de ti precisas perderle el respeto. Tu
saliva fue sangre, tu rabia fue fuerza, tu susto fue curiosidad; si
no lo supiste aprovechar, no temas, que yo daré buena cuenta del
regalo que me has hecho, yo sabré darle utilidad.”
“Putos
autorretratos”, pienso. Aunque ya volveré. Yo siempre vuelvo.
Siempre repaso mis pasos, siempre repienso mis pensamientos, siempre
revivo cuando ya estoy muerto. Por eso cometo los mismo errores una
y otra vez, por eso sigo y sigo obstinado en ser yo quien me fabrique
mi suerte, en ser yo quien cocine mis ideas y quien alimente mis
sueños. Por eso soy como la pescadilla que se muerde la cola; mejor
dicho, soy como la pescadilla que ya se ha comido toda la cola y se
está empezando a comer la cabeza. La única forma que tengo de no
morir de inanición sin acabar conmigo mismo es vomitar palabras
sobre el papel, regurgitar unos cuantos pensamientos para así volver
a atrás y poder empezar a comerme la cabeza hasta que tenga que
volver a vomitar, hasta que se me indigesten mis ideas o hasta que ya
no me quede nada que comer.
Hasta
que ese momento llegue, seguiré pensando que estoy dormido, seguiré
dándome cuenta que no tengo de qué despertar y seguiré buscando
piedras con las que tropezar.
Solo
cinco minutos más mamá, a las primeras horas no hay amor.
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