Me duele el aire que entra en mi cuerpo al respirar,
me duele el orgullo que me persigue, que me ciega y me hace tropezar.
Dime tú, ¿dónde está la sangre que se fundió con la arena?
Contéstame al menos, si la última palabra merece la pena.
Alza tu vista y dime que ves lo que sólo se ve si se dice,
sólo poniéndole nombre, sólo susurrándolo, sólo así es,
y vive.
Vive en el siempre de un espejo de tiempo intangible,
es en un reflejo sin testigos, pues no son si no en convite.
Dulce vagar de lo que escapa como sólo la lluvia escapa,
de lo que nunca acaece ni termina, tal es su estampa.
Tú, sedúceme y corrómpeme, se mi excusa sin condición,
se el recuerdo que me recuerda olvidar,
que las cosas olvidadas, de mero estar sin ser,
tienen la última palabra, aunque carezcan de perdón.
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