miércoles, 2 de diciembre de 2015

Caminos.

Hoy no quiero caminar.
Hoy estoy cansado de caminar. Estoy harto del camino y del caminante, de la senda y del destino, de la ruta y del fin. De los objetivos. De los finales. No me llena, no se acerca ni de lejos a satisfacer mi sed de curiosidad esa maníaca obsesión por el avance que nos inculcan desde que apenas somos capaces de movernos. Ese ignominioso y putrefacto pensamiento de que siempre hay que ir hacia delante, siempre hay que tener más, siempre hay que seguir subiendo escalones y siempre hay que querer más cantidad de todo. MÁS MÁS MÁS. Se perfila la vida como la incesante búsqueda de la cantidad por encima de cualquier cosa, ente o persona. Tener más, ser más, conseguir más, avanzar más, llegar más lejos. Correr por el camino sin fijarse en nada que haya alrededor, siempre en linea recta, siempre mirando hacia donde pisan los pies. Obsesionados con encontrar nueva leña con la que alimentar el fuego del consumismo irracional, quemando la ropa de abrigo en el fuego porque si se apaga no lo sabemos encender de nuevo.
No me gustan los caminos trazados, no me gusta avanzar en linea recta, no quiero llegar lejos, sin saber apenas por dónde pasé y desde luego no quiero fatigarme corriendo por una senda que ni escogí, ni entiendo, ni comparto.

Yo lo que quiero es sentarme a la sombra de un árbol al lado de la senda para ver pasar a la gente corriendo con sus ojos medio tapados. Quiero disfrutar de andar en círculos, volver una y otra vez al mismo sitio si considero que merece la pena, si realmente creo que me ha quedado algo por ver, sentir, disfrutar u oír. Rebotar de unas rutas a otras, descansar en el medio, vendarme los ojos durante un tiempo y destaparlos luego por el juego de ver si soy capaz de volver a situarme. Saborear cada paso que doy, saltar de unos caminos a otros como un ciego que quiere aprender a bailar, volver al punto de inicio y empezar a andar en dirección contraria, si es que hay alguna dirección correcta.

Una abeja loca a los ojos de las nubes, zumbando entre caminos y caminantes. No quiero preocuparme por el rol o por el destino que se me ha sido asignado por el mero hecho de nacer donde he nacido. No pienso cargar sobre mi espalda la pesada lápida que nos autoimponemos y que achaca el fracaso absoluto a todos aquellos que no resulten victoriosos en la insustancial búsqueda de “algo por lo que luchar”. El éxito y el fracaso son un pésimo invento creado para motivar a aquellos que son incapaces de ver en la vida suficiente motor, que necesitan premios de los que puedan presumir porque no saben, o no les han enseñado, a apreciar la verdadera victoria que es seguir vivo un segundo más. Si quieres algo por lo que luchar no luches por un camino, lucha por la libertad de andar por el camino que quieras, por la capacidad de construir nuevos senderos y por la capacidad de disfrutar de cada paso, independientemente de cuál sea el suelo. Pensar cansa, los cruces de caminos requieren un esfuerzo al que no todo el mundo es capaz de someterse, y me niego a culpar al ente casi supraterrenal que entendemos por “sociedad” de todos los males. En los ojos particulares está abandonar los caminos marcados y levantar la cabeza para fijarse en los campos de alrededor, en echar la vista atrás y admirar cómo cambian las cosas desde otro punto de vista. Se hace culpable a la sociedad de todos los males habidos y por haber, sin caer en la cuenta de que la sociedad empieza en el sofá de cada casa.

Mientras tanto el juego sigue, la interminable obsesión de seguir persiguiendo fines, de seguir necesitando premios que nos den otros, de sentir que hay gente por encima que nos dirija porque no tenemos suficiente confianza en los pasos que damos si no tenemos la certeza de que hay alguien más haciendo lo mismo. Mal de muchos, consuelo de tontos.

Escupo en los caminos, escupo a los que culpan a la sociedad, escupo a los que no luchan por hacer de su mente algo más que un simple producto comercial, algo más que carne para el consumo y para el materialismo obsesionado con la cantidad, con el avance, con el éxito y por este plan de ruta hacia el progreso que en verdad es una nota de suicidio escrita por otros y firmada con la sangre que parece estancada en nuestras venas.


Hoy no quiero caminar. Hoy quiero desaprender a caminar y arrastrar el culo por el suelo cual bebé. Avanzaré indudablemente más lento, pero si así consigo recuperar parte de la curiosidad con la que venimos al mundo, lo haré encantado. Quien no llora, no mama.

jueves, 26 de febrero de 2015

Bailando.

Me busco y me pierdo,
me escondo y me encuentro.
Bailo conmigo en mi estrepitoso bucle,
me dejo engatusar por los malos recuerdos.
Yo y mis demonios,
mis demonios y yo.
Bebemos juntos,
pensamos y vivimos,
juntos surgen los celos,
juntos nos destruimos.
Escapo de mi mientras me busco,
busco sin mapa ni norte,
siento el murmullo del tiempo,
aunque no creo que a nadie le importe.

A precio de coste.

En este cluedo de caricias sin dueño, el tiempo
no deja cara sin beso ni muerte sin lamento.
Un llanto que no sale por no tener conciencia,
la paciencia es cariño si miras su esencia.
La sonrisa del suicida antes de ponerse fin,
la elocuencia de una copa besada con carmín.
El glamour de un cartón de vino sin nombre,
la ironía de una almohada decapitada.
                                                              Amor? A precio de coste.
                                                                       

lunes, 23 de febrero de 2015

La brisa.

Quiero hacer filigranas con el aire que me rodea. Quiero seducirlo como a un pasamanos harto de recibir caricias que se quedan en nada y convencerlo para que entre en mi sin mayor aliciente que el del cobijo transitorio. Quiero convertirlo en beso a su salida y dibujar en el vaho de la ventana la obra más viva jamás respirada, coloreada con aliento sobre un lienzo de cristal. Quien fuera gato para jugar con los ovillos del viento, bailar con las hojas bajo la única promesa de seguir para siempre, hasta que dure.
Pequeños remolinos de arena que reconocen a sus primos hermanos danzando dentro de mi pecho, tornados descontrolados que se encuentran con su reflejo viviendo dentro de mi cabeza.

Caminando.

No se caminar de otra forma que no sea la de alternar senderos y confundir parajes, la de aguantar la respiración cuando algo huele bien, la de avanzar pase lo que pase sin saber a donde ni por qué. Si alguna vez tuve un mapa lo perdí, ahora me muevo bajo improvisadas coordenadas y con una brújula sin aguja que se desvive por señalar el norte perdido. La aguja la tengo clavada, no se donde, pero en su búsqueda voy quitándome espinas como quien corta cables a la espera de que alguno haga explotar o desactive la bomba que vive bajo este montón de costillas.
Hasta entonces, simplemente camino.