En la ciudad bombardeada más bonita del mundo las estrellas rojas se oxidan y los Césares desmerecen los altares de los que ya hace tanto se cayeron. El sudor, como el esfuerzo o el ingenio no son sinónimos de trabajo, si no de mera supervivencia, y una desfasada contienda baila un paso con los brindis de los que mandan y otro paso con las maldiciones de los que pelean. Parece que las desgracias solo son esquivables danzando, y entre tambores militares y bongós salseros se entrelazan un sinfín de tonos de piel, de gestos, de historias y de sentires, de puros que en boca de quien los fuma casi parecen una ironía, de "yo tengo un familiar que", de sonreír o huir como únicas alternativas.
Culos imposibles de mantener por su tamaño, esqueletos que no sabes cómo se mantienen en pie, un chiquito al que le hablan de revolución y se siente confuso y se imagina al Ché bailando reggetón sintiéndose igual que él. Qué fotogénica queda la alegría entre tanta cochanbre, valiente el geólogo que admira la magnitud del terremoto sin tener cojones de meterse en él, sin comprender que el ritmo no lo marcan las caderas, si no la tierra que tiembla, que bailar no solo es un acto de placer, si no también de equilibrio, de resistencia, casi de fe.
Aquí no hay huérfanos ni despechados, todos tienen a su "papito", a su "mamasita", a su "amol", aunque duren el segundo que tarden en pronunciarlo y el siguiente que les lleve olvidar. Tampoco hay hambre, todos muerden de la manzana, tampoco hay remordimientos, no hay mucho más que comer; todo el mundo es rico en tener poco, en podo necesitar, dicen, ricos en ser. Aquí siempre se anda, sin estrés, sin prisa. No hacen falta. Se anda por ver si se gana la propina o aún a riesgo de perderla, se anda por la acera o por la carretera, en buena compañía o con mala sombra, pero nunca solo. la humedad y la música nunca permiten una soledad total. En Cuba no. Se respira un orgullo carente de sustento que quizás por eso sea más valioso aún, se respira un viejo al que no le llega la pensión moviendo las caderas como si fuera un crío, con dos policías en cada esquina mientras un turista grita "¡Qué paraíso!". Se respira lo contrario a lo esperado en cada estampa, y sin embargo también se respira magia, se respira un color nuevo en cada bocanada con sabor a contraste entre todo y nada, con regusto a alegría desmesurada, a vivir siendo invencible, a responder sonriendo a cada mirada, PARA. - ¿Cómo dice señor?
- Que puede pasal, tenemo de todo.
- Aah vale. Vaya, los carteles me gustan. ¿A cuánto los tiene?
- Eso depende del cartel.
- Ya. ¿El de "Viva Cuba libre"?
- Mmm... A diez pesos... y un ojalá.
La Habana, septiembre del 2016.