domingo, 22 de julio de 2012

Café solo.

  Siente las sonrisas y compadécete de las sombras, pues no somos más que el reflejo de lo que un día quisieron ser. Y siendo no son ni más lejos que el sentir ni más cerca que la desidia, pues la simpleza no está si no en la mente que acepta el pecado como genialidad y consigue el placer de ver el mundo a ras de suelo, a ras de realidad.
  Pero quien tiene la lanza que parta la coraza del gigante que no encierra más que rencor, ni menos que ello? No, la ilusión del tiempo que todo lo cura no es más que el espejismo de la monótona costumbre, y sin embargo cuan dulce es la continuidad de un devagar cuando a el ya nos hemos acostumbrado. Benditos los troncos arrancados e infelices tocones solitarios. Que de astillas clavadas en corazones ajenos se podría construir todo un barco de los recuerdos, pero las grietas de los corazones son buen refugio para las cicatrices esquivas, y las bofetadas que el viento te da cuando pides caricias son las que tu indómito martilleo siente a cada compás. Y hace frío. Pero ¿cómo no sentir frio cuando en la nevera no quedan ideas y el azucar de las miradas se ha quedado ciego de color amor? ¿Cómo no sentir picor en el pecho cuando no tienes uñas con que rascarte porque te las acabas de quitar con cloruro de rencor? No, el rencor nunca sabe bien, pero está un poco mejor si lo acompañas con café.
  De este café sin leche que busca compañia entre las sonrisas y la neblina de las primeras horas es de lo que se hacen los conceptos. De esto, y del color; el color que nunca falte.

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